Historia de una Ondina
Fredrich de la Motte
Hubo una
ondina. Se llamaba Prathé. Sus cabellos largos y húmedos estaban extendidos
sobre la hierba. Con sus largos dedos se peinaba pensativa. De ese simple acto
dependieron su amor, su destino y la suerte de un príncipe de los hombres. El
hombre la vio y se enamoró de ella. Entonces era extraordinariamente fácil
enamorarse. Ella reía en sus brazos. La reina del lago, monarca de las ondinas
y de las aguas profundas, dio su consentimiento a la boda.
Las ondinas
no tienen alma humana. Su existencia transcurre feliz en el fondo del lago, en
una eterna edad de inocencia. Su raza no sabe del pecado ni del Bien ni del
Mal. Pero al unirse a un hombre, a Prathé le fue otorgada un alma humana. La
unión tenía como condición, impuesta por la Reina del Lago, que se rompería
ante la infidelidad del príncipe. La Reina, de rostro joven, pero muy anciana,
conocía el corazón humano. No tenía dudas que recuperaría a la ondina de esa
forma. El príncipe no tardó en darle la razón. La tentación llegó en forma de
una dama de la corte. Y Prathé y su alma humana con su nueva sensibilidad, con
su cambiando corazón, llorando retornó al lago. Amaba a ese hombre y nunca
volvería a ser una ondina como las otras, sus hermanas.
El hombre
amaba a la ondina. Arrepentido fue a la orilla del lago.
— Prathé —llamó—, perdóname. Pagaré el precio que sea para tenerte conmigo.
— Prathé —llamó—, perdóname. Pagaré el precio que sea para tenerte conmigo.
La ondina
(sus cabellos de agua, sus ojos de agua) surgió en un remolino y le habló así: —Hombre, por tu amor corres peligro de muerte.- Él sólo pudo desear y amar más a la ondina, aunque sabía que era cierto y que su vida corría peligro.
—No quiero separarme de ti – susurró el hombre.
No llegó a
ver las lágrimas en el rostro de la ondina. Ella lo atrajo hacia si, le dio el
beso final y lo hundió en las aguas. Un remolino y el cuerpo de la amada fueron
la mortaja del príncipe.












